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Los descubridores del antiguo Egipto
Una larga serie de variopintos personajes, arqueólogos, aventureros, coleccionistas y científicos obsesionados por el antiguo Egipto y descubridores de sus tesoros
En 1400 a.C. las tres pirámides de Guiza, las tumbas de los reyes de la IV dinastía, tenían ya mil años. Abandonadas por sus sacerdotes mucho tiempo atrás, yacían abiertas y despojadas de su contenido; sus preciosas momias habían desaparecido. A sus pies se agazapaba la otrora poderosa esfinge, enterrada  ahora hasta el noble cuello en la arena que había arrastrado el viento. Las pirámides estaban pasadas de  moda. Se enterraba a los reyes en tumbas secretas horadadas en la roca, en el sur de Egipto, y los  cementerios reales septentrionales eran curiosidades, recordatorios  tangibles de la desaparición de una era casi mítica.
Era un día caluroso y el príncipe Tutmosis, el hijo menor del rey de la XVIII dinastía Amenofis II, estaba cazando gacelas en el desierto de Guiza. Al mediodía el exhausto Tutmosis vislumbró un refugio del intenso  sol. Aprovechando la sombra ofrecida por las antiguas ruinas, saltó de su  carro y se tendió en el suelo. Bebió con ansia de su odre de agua y, con  la espalda apoyada en la cabeza de piedra caliza de la  esfinge, se quedó amodorrado. No tardó en quedarse profundamente dormido y tuvo un sueño muy curioso. El dios Hor-em-akhet (Horus en el horizonte), el espíritu con cabeza de halcón de la esfinge, se presentó ante él. El dios estaba descontento. Le imploró a Tutmosis que restaurara su abandonada estatua.  A cambio, se aseguraría de que Tutmosis se  convirtiera en rey de Egipto. El ambicioso Tutmosis juró que cumpliría los deseos del dios. Así pues, hizo quitar la arena para revelar el cuerpo  largo y leonino de la esfinge, reparó una garra rota y rellenó un agujero  del castigado pecho. Repintó entonces la esfinge utilizando los azules, rojos y amarillos más vivos, de manera que el dios resplandeció al sol. El  dios quedó encantado con su vistosa estatua y Tutmosis, por supuesto, se  convirtió en rey de Egipto. El recién coronado Tutmosis IV mandó grabar su  extraordinaria historia en una losa de piedra, la Estela del sueño, y la colocó entre las garras de la esfinge, donde continúa en nuestros días.
Ciento cincuenta años más tarde, Ramsés II estaba en el trono. En ese momento las antiguas pirámides necrópolis de Saqqara y Guiza atraían a los turistas y un flujo constante de visitantes recorría el camino hacia el desierto para maravillarse ante los monumentos y los grafitos tallados en la piedra:
Año 47, segundo mes de invierno, día 25 [enero de 1232 a.C.], el escriba del tesoro Hednakht, hijo de Tjenro y Tewosret, fue al oeste de Menfis a darse un agradable paseo y con su hermano Panakht… Dijo: «Oh vosotros los dioses del oeste de Menfis… y muertos ensalzados… concededme una vida completa al servicio de vuestros placeres, un fastuoso entierro tras una feliz vejez, como vosotros mismos»…
Pero los cementerios estaban mal conservados, las tumbas reales en un estado penoso, y en algún momento todo volvió a cubrirse de arena. El príncipe Khaemwaset, cuarto hijo de Ramsés II, era un respetado erudito y anticuario, al que se reverenciaría como mago tras su muerte. En ese momento el príncipe asumió la restauración de los monumentos. Por supuesto, Khaemwaset no se ensució las reales  manos pero supervisó muy de cerca que sus trabajadores limpiaran, barrieran y repararan, y tallaran llamativos rótulos —grafitos sancionados oficialmente— en pirámides, tumbas y templos. Cada rótulo lucía  el nombre del propietario original del monumento, el nombre de Ramsés II y, cómo no, el nombre del propio Khaemwaset.
Tanto a Tutmosis IV como al príncipe Khaemwaset se les ha dado el título de «primer egiptólogo del mundo». Pero no fueron en ningún caso los primeros egipcios que mostraron un interés en preservar y restaurar el pasado de su país.
Ya en 2680 a.C., el rey de la tercera dinastía Djoser había incluido unos cuarenta mil platos, tazas y vasijas antiguas de piedra, algunos con inscripciones de los nombres de los faraones de la I y II dinastías, en  las cámaras de almacenamiento de su pirámide escalonada de Saqqara. Parece improbable que esas vasijas de segunda mano representaran la colección de Djoser; ¿procedían algunas de las antiguas tumbas y de los  almacenes que debieron destruirse para construir la pirámide de Djoser? Fuera cual fuese su  procedencia, es interesante que Djoser se mostrara reacio a destruirlas.
De hecho, Djoser actuó con el mayor decoro al cuidar de las propiedades de sus ancestros. Todos los monarcas egipcios tenían el deber de mantener y renovar los monumentos de los reyes anteriores. Ése era un aspecto importante de sus obligaciones para mantener el maat, o el orden, y desterrar el caos. La  restauración de los lugares sagrados (los templos y las tumbas) era un sistema obvio de demostrar que se estaba conteniendo el  caos. Así que cuando la reina de la XVIII dinastía Hatshepsut alardeó de que había restaurado los monumentos de sus ancestros, dañados durante el turbulento Segundo Período Intermedio, tenía sus propios planes. En una inscripción tallada en el Speos Artemidos, un templo en el Egipto Medio  dedicado a la diosa con cabeza de león Pajet, mostró que, aunque fuera mujer, era una soberana de lo más cabal:
He hecho estas cosas siguiendo un plan de mi corazón. No me he dormido ni he sido olvidadiza, sino que he reforzado lo que estaba deteriorado. He levantado lo que estaba desmantelado, ya desde la primera vez en que los asiáticos estuvieron en Avaris del Bajo Egipto, con hordas itinerantes  entre sus filas derribando lo que se había construido…
En teoría, la responsabilidad real del mantenimiento del maat debería haber asegurado que la mayoría de los antiguos monumentos egipcios permanecieran en un excelente estado de conservación. Pero no todos los  reyes contaban con los recursos económicos necesarios, y los que podían permitírselo tendieron a concentrarse en renovar los monumentos de sus inmediatos predecesores. Era poco corriente ocuparse  tanto de un pasado tan lejano como hicieron Tutmosis y Khaemwaset. Renovación, en la mayoría de los casos, significaba «restauración»: demolición completa seguida por  una reconstrucción a una escala mucho mayor. En particular, ése fue el caso durante el Reino Nuevo, cuando Karnak, el templo de Amón en Tebas, sufrió una oleada tras otra de restauraciones. Algunas de las partes más hermosas del complejo del templo, incluidos el Quiosco Blanco del rey de la XII dinastía Sesostris I y la Capilla Roja de Hatshepsut, reina de la XVIII dinastía, fueron desmanteladas en esos días. Por fortuna, los ahorrativos trabajadores reutilizaron los bloques en paredes y puertas, y  los arqueólogos modernos han sido capaces de recuperar los bloques y encajarlos de nuevo como si se tratara de un puzzle gigante en tres dimensiones. Se han  recreado estos dos edificios perdidos y el maat moderno ha vencido al antiguo caos.
A medida que el Reino Nuevo se iba acercando a su fin, Egipto se sumergía en una crisis económica. En Tebas, el administrador municipal se encontró
in fondos para pagar a los empleados de los cementerios reales. Las consecuencias fueron inevitables: los trabajadores empezaron a robar, y el valle de los Reyes se convirtió en un lugar inseguro. Ramsés XI  abandonó su tumba a medio construir con precipitación e hizo planes para que lo enterraran en el norte. Las tumbas reales no tardaron en encontrarse en una situación vergonzosa. Alarmados por lo que veían,  los sacerdotes de Amón se embarcaron en una misión de rescate arqueológico. Los reyes de Egipto iban a exhumarse para enterrarlos de nuevo.
Los sacerdotes abrieron las tumbas y trasladaron los lastimosos restos a talleres temporales. Por suerte, le habían perdido el rastro a Tutankhamón y se le permitió descansar en paz. Los sacerdotes repararon las momias utilizando vendas coetáneas, arreglaron los miembros rotos y remendaron y zurcieron lo necesario.  Al mismo tiempo despojaron los cuerpos de las joyas y amuletos que les quedaban, una brutal profanación que quizá justificaran con el razonamiento de que protegería a los muertos de  futuros robos. Volvieron a envolver las momias y las colocaron de nuevo en sus féretros originales, desnudos ahora de  toda lámina de oro. Se etiquetaron las momias y los féretros, y a continuación las momias se almacenaron distribuidas por grupos en cámaras por todo el valle y sus  alrededores. De vez en cuando esos grupos se fusionaban entre sí hasta que al final hubo un gran almacén de momias reales en la tumba familiar de Pinudjem II en Deir el-Bahari, y otro almacén más pequeño en la tumba del valle de Amenofis II. Con el valle despojado ahora de sus tesoros, los ladrones perdieron el interés por las tumbas reales y los sacerdotes el interés por la arqueología.
Los reyes de la XXVI dinastía saíta mostraron un afán por explorar y restaurar los antiguos monumentos egipcios que fue mucho más allá de su deber para conservar el maat. Recién declarada la independencia, el Egipto de la Época Baja, exultante al verse liberado del control de Asia y con los reyes kushitas humillados  y cautivos en Nubia, podía una vez más sentirse orgulloso de su patrimonio. Una ola de patriotismo barrió el país. Inspirándose en el arte y las esculturas de los Reinos Antiguo y  Nuevo, los artistas egipcios se pusieron a trabajar para demostrar una continuidad con su glorioso pasado.
Los reyes saítas edificaron sus seguras tumbas dentro del área donde se erigirían sus templos, en el Delta, donde los sacerdotes, siempre alertas, podían vigilarlas. Pero reverenciaban a los constructores de las pirámides y la mayoría de nobles saítas aspiraban a ser enterrados en los cementerios de las antiguas  pirámides. En Saqqara se construyó una nueva entrada para permitir el acceso a una red de pasadizos secretos que los  saítas horadaron bajo la pirámide escalonada. Y en Guiza, la pirámide de Micerinos, un héroe de los saítas, fue entregada con un féretro de madera  que lucía una inscripción dedicada al difunto rey:
Osiris, el rey del Alto y Bajo Egipto, Micerinos, el que vive por siempre. Nacido del cielo, concebido por Nut, heredero de Geb, su bienamado. Tu madre Nut se despliega sobre ti haciendo honor a su nombre de «señora de los cielos». Hizo que fueras un dios e hicieras honor a tu nombre de «Dios». Oh rey del Alto y Bajo Egipto, Micerinos, el que vive por siempre.

Debemos suponer que el féretro saíta contenía una momia de los saítas, una sustituta del cuerpo perdido de Micerinos que ayudaría a su espíritu difunto a volver a la vida. Cuando fue redescubierta en el siglo XIX, el féretro contenía partes del cuerpo: una variopinta colección de restos humanos que incluían un par de piernas, la parte inferior de un torso y algunas costillas y vértebras. Sin embargo, se ha determinado mediante análisis de radiocarbono que pertenecen al período romano, mientras que el  féretro, que data sin duda de la dinastía saíta, es seiscientos años más viejo. Parece ser que la momia enterrada concienzudamente por los saítas fue en algún momento reemplazada por un cuerpo romano.
Los reyes persas derrotaron a los saítas. El emperador Cambises era ahora faraón de Egipto y, tal como hacen constar los historiadores griegos, que no son famosos precisamente por su imparcialidad, no estaba ni remotamente interesado en respetar o restaurar las antiguas tradiciones. En respuesta a un intento de levantamiento, Cambises arrasó el templo de Ra en Heliópolis, de dos mil años de antigüedad. Ordenó incluso que se sacrificara el sagrado buey símbolo de Apis en Menfis. Sin embargo, sentía cierta curiosidad por las prácticas de enterramiento locales y se dice que abrió las antiguas tumbas para examinar su contenido.
Durante siglos, Egipto había mantenido estrechos lazos políticos y económicos con Grecia. Los dos países formaban parte de una red comercial en el Mediterráneo que vio navegar barcos hacia el este desde Menfis a través del Delta, a lo largo de la costa de Levante y hacia el oeste pasando por Turquía y Grecia, antes de cruzar hacia la costa africana y regresar hacia el este a Menfis. Ignoramos cuándo se estableció por primera vez este circuito, pero ya funcionaba con eficacia durante el Reino Nuevo y seguramente ya existía desde mucho antes. Las mercancías egipcias (no las antigüedades sino productos de consumo diario como lino y grano) viajaban con regularidad a Grecia mientras que los manjares griegos, entre ellos el vino y el aceite, viajaban en dirección opuesta. La gente también viajaba. En los tiempos de los saítas había un número significativo de mercenarios griegos en el ejército egipcio, y en el año 610 a.C. un asentamiento griego se había establecido en Naukratis, en el Delta occidental, cerca de Sais. Como era inevitable, Egipto empezó a atraer a turistas griegos que, como era tradición, empezaron a tallar sus grafitos en templos y tumbas. Homero, mientras escribía su Odisea durante el siglo VIII a.C., nos cuenta que el rey Menelao estaba entre estos visitantes, pues de camino a casa, de vuelta de la guerra de Troya, se entretuvo en Egipto.
El historiador Herodoto de Halicarnaso (c. 484-420 a.C.) viajó a Egipto poco después del fin del período saíta, y recorrió el Delta y tal vez llegara tan al sur como a Asuán, aunque por sus escritos parece que jamás visitó Tebas. Los detalles de estas aventuras están incluidos en los nueve volúmenes de sus Historias, de las cuales el segundo libro, Euterpe, está dedicado por completo a su experiencia personal en la tierra de los faraones. Su relato es una atractiva mezcla de historia, geografía,  economía y antropología ligadas por crónicas de sus visitas a algunos de los lugares de Egipto más antiguos y sazonadas con sus prejuicios personales. El relato resulta tan ameno ahora como lo fue hace dos mil años, un logro impresionante para cualquier autor.
Fuente: El País

 

Animal behaviour in ancient Egypt
World-first PhD research at Macquarie University is looking at the way animal behaviour is represented in Egyptian wall scenes. Experts say it will change the way ancient Egyptian tomb art is interpreted, and enrich the understanding of life in this fascinating period in history.
Linda Evans is a research assistant at Macquarie University's animal behaviour laboratory. In addition to a passion for animals, she is also passionate about archaeology and her PhD study at the Australian Centre for Egyptology has enabled her to combine these two interests.
Evans is currently writing her thesis after eight and a half years' part-time work examining 8208 images of animals in 291 tombs and tomb fragments from cemeteries from the Old Kingdom period at Giza and Saqqara.
Egyptologists have never before concentrated on the ways animals are depicted in wall scenes, often misrepresenting what the animal was doing or assuming that the artist was mistaken if there was anything unusual in the image.
Evans has found that ancient Egyptians observed and understood a lot more about animal behaviour than we might have thought - not only that of the animals with which they had a lot of contact, but also the behaviour of smaller, less significant creatures.
Image supplied by Australian Centre for Egyptology "These people studied animals very well," she says. "They had a highly tuned awareness of their world probably because they lived in close proximity to the animals. The Nile valley comprises a long thin area of water and fertile land before a large expanse of desert, so the people and the animals lived very closely together."
The scene shown on the cover and above is a marsh scene from the tomb of Hesi at Saqqara. It is a very detailed depiction of animal life at the marsh.
Evans thinks that the artist who drew the images in the tomb must have been a very keen animal watcher as the array of animals, along with the detail of their behaviour, is quite extraordinary.
For instance, in the middle of the marsh scene there are some birds nesting, sitting on eggs with their wings forward. Previously Egyptologists would not have taken much notice of this unusual placement of the wings, putting it down to an artist's mistake or an assumption that the birds were trying to keep their eggs warm.
However, Evans took a keen interest in this positioning. Birds do not generally put their wings forward like that, but she did not think it was an artist's mistake and set about investigating it.
"If you look to the side of the image you can see genets (small cat-like carnivores) climbing the flower stalks with one (on the left-hand side) holding a baby bird in its mouth, and one (on the right-hand side) being swooped and bitten on the ears by a bird," Evans says. "These genets were predators. They liked to eat the baby birds."
Given the context of what was going on around them, she did not think the wing positioning of the nesting birds was a passive thing. Sure enough when she researched the behaviour of birds when faced with a predator she discovered that they fluff their feathers out and pull their wings out from their body to try to make themselves look bigger to deter the predator.
Evans explains that as there is no three-dimensional perspective in Egyptian art, the artist had no way of showing the wings being pulled out from the body other than by drawing the wings placed forward.
The praying mantis is very difficult to see in the wall scene, just as it is in real life. "So this was actually an attempt to threaten predators. Egyptians knew about it not only by observing the behaviour with the genet, but probably by experiencing it themselves when they attempted to take the eggs," she says.
Also of interest is the drawing of a pied kingfisher in the middle of the picture. It is shown with its head at a strange angle. Evans explains that in real life, these birds hover over the water with their body almost vertical and their head facing downwards, watching the water to see the fish. Then when they see their prey, they fold their wings in and plunge into the water to catch the fish.
The praying mantis is very difficult to see in the wall scene, just as it is in real life. 
"The Egyptian artists would often try to cram a whole sequence of actions into one image," she explains. "That is why the angle of the pied kingfisher appears to be so odd - the artist has tried to depict both the hover and the plunge in the one drawing."
She found this to be a common occurrence. "Donkeys are often drawn running and eating at the same time. Egyptologists would note this and state in their descriptions that this was curious, or that the artist was mistaken. But I believe it is we who are mistaken - the donkey was running and then stopped to eat. The artist simply tried to draw the whole sequence in one image," she says.
With an understanding of animal behaviour, Evans found a logical reason for almost all of the behaviours represented in the wall scenes.
Another part of the Hesi marsh scene that she was particularly excited to see is an image of a praying mantis - shown right. While conducting her PhD research, Evans read Professor of Egyptology Naguib Kanawati's tomb report for Hesi where he described all of the animals in the marsh scene.
"He described a grasshopper hidden in the lower right hand corner of the marsh, which was quite a common finding in marsh scenes," she says. "But when I looked at the same drawing as part of my research I saw straight away that it was not a grasshopper but a praying mantis."
This was of particular interest to Evans because praying mantids have, to her knowledge, never before been found in wall scenes, while grasshoppers are common.
"The praying mantis is also very difficult to see in the wall scene, just as it is in real life. As a sit-and-wait predator, it blends in with the foliage. The artist shows a keen understanding of this behaviour as the insect's camouflage is clearly depicted in the scene," she explains.
So how did Macquarie's esteemed professor feel about being proven wrong in his interpretation of the grasshopper in the Hesi marsh scene? He loved it.
"This is exactly what I have tried to encourage in bringing students from all different backgrounds to study Egyptology at Macquarie University," he smiles.
Kanawati's unique approach to Egyptology means that people with degrees in a range of areas, such as architecture, art, medicine, psychology, chemistry or law, are encouraged to bring their particular areas of expertise to their research. 
Amongst a conservative worldwide community of Egyptologists this is an innovative approach, and is what attracted Evans to do her PhD at Macquarie University.
"I do not regard Egyptology as just a course in history. It is a study of life," he says. "People from other backgrounds can enrich the subject enormously, bringing their unique experience and expertise to reinterpret the discoveries." 
Kanawati is particularly excited about Evans' study of animal behaviour because the wall scenes have never been interpreted from this perspective before.
"This is an example of truly world-class research and I can't wait to see the thesis published," he says.
Fuente: Macquarie University News

 

Dig Days: The Valley of the Kings: Treasure without end IV
By Zahi Hawass

- Sobre el túnel de la tumba de Seti I y la posible cámara que puede albergar -
I shall never forget the adventure I had in the tunnel of the tomb of Pharaoh Seti I in the Valley of the Kings. I first thought about entering this tunnel two years ago. On the day that I first entered I took with me a very thick rope. I tied one end of the rope to the entrance and used it to guide me into the dark tunnel. I would also need the rope on my way out, because it slopes downwards and it would therefore be difficult to climb out. I took with me a flashlight and a metre stick. When I began to explore the tunnel, I found that for the first few metres it was easy to walk but then it became more difficult. The tunnel was very narrow, with cracks on the ceiling and stone rubble blocking my path. When I had gone about 175 feet I decided to turn back and continue investigating the tunnel on a later occasion.
The second time I entered was a real adventure in archaeology. I took the same tools and spent five hours in the tunnel. I cleared the way and found my way inside for 217 feet I felt I should not carry on any further because I began to feel tired and I was afraid that it would be dangerous to push ahead. However, I continued on and finally reached the end of the tunnel. I pushed myself forward step by step because I knew that I had to reach the end for the sake of the late Sheikh Ali Abdel-Rassoul.
About two years ago while in Luxor I went to Sheikh Ali's hotel, the Marsam, and met his son. We talked about Sheikh Ali's dream of exploring this tunnel. He believed that the Pharaoh's "real" burial chamber was at the end of it. Sheikh Ali, was a member of the famous Abdel-Rassoul family; one of his relatives was the water boy who discovered the step which led to the remarkable discovery of the tomb of King Tutankhamun. 
A few months after our conversation, Sheikh Ali's son came to see me in my office in Zamalek. He brought with him a man whom I did not know. I greeted them with a smile and a warm reception because of my fond memories of Sheikh Ali. The son started to talk about the tunnel. He asked if I would share everything (if anything was found) that I found inside the tunnel with his family. I explained that all antiquities belonged to the country and that no one could own antiquities because it was against the law. I told him that if we found anything we would mention his clever father and his dream. The man who was accompanying him started to talk and this made me smile, because as soon as he opened his mouth I was sure he was a lawyer. I asked him his profession and he replied that indeed he was engaged in the law. At that I stood up and asked Sheikh Ali's son and his lawyer to leave my office. I was outraged! 
A year later I received a call from Farouk Hosni, the minister of culture, who said that a member of parliament had asked him to arrange for me to meet a man from Germany together with the son of Sheikh Ali. Since he wanted me to meet them, I agreed. When the two men arrived in my office I ignored Sheikh Ali's son completely, but I listened to the German man. He explained that he wanted to raise funds to be used for the discovery of the chamber of Seti I. The man said that they would collect a large amount of money for the excavation. I could not bear to listen any more, so I told him flatly: "I cannot give you permission to raise funds because I cannot be sure that you will not deceive people, and also you are not qualified to excavate." I added that we only worked with scientific institutions and the time of amateur treasure hunters was long over. My job is to protect the monuments! In the end, I saw that they had got the message -- they left and have not returned.
The Valley of the Kings has always attracted people from everywhere. The discovery of KV 63 and all the other stories about the area tells us that it contains many secrets. These secrets could be more mummies or even tombs of kings. Only time will tell.
Fuente: Al Ahram Weekly

 

Retour d’un relief

L’Université allemande de Tubingen a accepté de restituer à l’Egypte cinq fragments volés d’un temple. Initiative jugée encourageante au Caire.
C’est dans le temple du pharaon Sethi Ier, roi de la XIXe dynastie (1307-1196 av. J.-C.), que se trouvait ce relief dont le retour a été annoncé par le ministre de la Culture, Farouk Hosni.
Les morceaux de relief, que les voleurs avaient prélevés sur les murs de la tombe du pharaon dans la Vallée des Rois à Louqsor (sud), seront rendus par l’Université allemande le mois prochain, a indiqué le ministre dans un communiqué. « Ce geste entre dans le cadre d’une coopération fructueuse et durable entre le Conseil Suprême des Antiquités Egyptiennes (CSAE) et l’Université de Tubingen », a ajouté le secrétaire général du CSAE, Zahi Hawas, précisant que cette dernière n’avait posé « aucune condition ». Les fragments seront entreposés sur le site de la tombe, fermée au public en raison des dégradations qu’elle a subies, a précisé M. Hawas.
Selon les archéologues, la tombe, découverte par l’Italien Giovanni Battista Belzoni en 1817, était l’une des plus décorées de la Vallée des Rois, ce qui explique qu’elle fut aussi la plus pillée.
Nombre d’objets en provenant sont exposés dans des musées à travers le monde, dont un sarcophage détenu par le Musée Sir John Soane, à Londres.
Hawas a salué le geste de l’Université de Tubingen, appelant les autres institutions concernées à l’imiter, notamment le Musée des arts de Saint-Louis (Missouri, Etats-Unis), auquel le CSAE demande depuis plusieurs mois la restitution d’un masque pharaonique mortuaire en or. Selon Hawas, le CSAE a demandé au procureur général égyptien d’engager des poursuites judiciaires aux Etats-Unis. Il existe des « preuves qui montrent clairement » que le masque de Ka-Nefer-Nefer, qui appartient à la XIXe dynastie, a « été dûment enregistré comme propriété du gouvernement égyptien dans les années 1950 et a été volé en 1959 ou après », a-t-il ajouté.
Le musée explique avoir acheté l’œuvre en 1998. Bien conservée, elle représente Ka-Nefer-Nefer en habits royaux, les bras croisés sur le torse, et portant les insignes des pharaons.

Fuente: Al Ahram Hebdo

 

Distant Dakhla
Treasures from the Roman period have been transported for exhibition at the Egyptian Museum in conjunction with the fifth conference of the Dakhla Oasis Project (DOP), which opened last Saturday. It was fitting introduction to an international gathering, at which presentations related to current fieldwork revealed how dramatically our knowledge of life in the oasis has increased in recent years.
Although the DOP, under the directorship of Anthony Mills of the Royal Ontario Museum, has been ongoing since 1977, Dakhla is the least known oasis of the Western Desert -- or it was until this week. The conference organised by the Netherlands- Flemish Institute in Cairo (NVIC) in collaboration with the Supreme Council of Antiquities (SCA) and the Egyptian Museum has remedied that. Fred Leemhuis and Olaf Kaper of the NVIC invited scholars who have excavated and studied in Dakhla and the surrounding desert, as well as in neighbouring oases, to talk about their fields of specialisation, and the response was exceptional.
In addition to members of the DOP, Dutch, French, German and Egyptian experts presented papers on subjects that ranged from Paleolithic and Neolithic activities to relatively recent 19th-century houses; from rock art and graffiti to Greek texts; and from pottery to temples to burial grounds. Papers were given on such diverse subjects as children and childhood as revealed in studies at a Kellis cemetery, infant weaning and feeding, evidence of arthritis within the Dakhla community, and magic.
Archaeologists from the Supreme Council of Antiquities (SCA) in Dakhla excavated the necropolises of Bir Talata Al-Arab and Ayn Al-Gedida, and carried out conservation of the Bir Al-Shaghala tombs.
"We have held such gatherings every three or four years, in several different countries," Mills said in the opening speech. "This fifth conference is, appropriately, being held in Cairo which is especially convenient for our Egyptian colleagues."
The five oases of the Western Desert -- Siwa, Bahariya, Farafra, Dakhla and Kharga -- run, like the Nile Valley, in a south-north direction. So far Dakhla has revealed the earliest historical remains and is the oasis with the most complex history. Like the others there is evidence of substantial Roman occupation -- indeed the oasis appears to have been heavily populated with urban areas, Roman farms and cemeteries. These extensive agricultural areas on the very fringes of the Roman Empire were undoubtedly intended to provide a major part of the grain that Rome demanded of Egypt. About 25 Roman-period temples have been found, the best-preserved being the one known as Deir Al-Hagar, which a team led by Mills cleared and restored in the 1990s.
Unlike the other oases, however, Dakhla also has significant Old Kingdom remains. It was an important centre when Egyptians expanded their territory, probably in search of natural resources in the desert. The late Ahmed Fakhry, famed for his studies of the oases of the Western Desert, first discovered the ancient capital of Ain Asil, and after his death the area was excavated by a French archaeological mission. They established that eight successive governors of the oasis resided in a fortified garrison there, surrounded by a defensive mud brick wall with watch towers. The palace of the oasis governments has been found, together with texts written in cursive hieroglyhphics, and, on the hilltops, even graffiti left by soldiers who manned the observation posts.
Dakhla Oasis is dominated on its northern horizon by a wall of rock. The present capital, Mut, was named after the ancient goddess of the Theban triad, while Al-Qasr -- originally a Roman citadel -- was the mediaeval capital of the oasis. Old Qasr is a labyrinth of mud-walled alleys with elaborately-carved wooden lintels, and there is also an Ayyubid mosque.
Excavation of the many sites of Dakhla Oasis runs parallel with conservation. "This is part of our agreement with the SCA which we consider good practice," Mills said, who went on to explain that this was no easy task. In places it involved delicate work on thousands of plaster fragments requiring careful protection of the plaster where it remained in situ; the many loose fragments also required storage, conservation, recording and matching. Where the plaster survives on the wall, it is protected with a dry wall of bricks and a new roof over the whole room to prevent unauthorised access.
Conservation work at Al-Qasr is rather different. Here it involves a degree of reconstruction, using original materials and techniques and guidance from skilled local builders. From the surviving walls and other elements the local artisans are able to suggest the original form of the house, the disposal of rooms and the siting of windows and doors. At the same time they are passing on their skills and knowledge to a new generation who will be responsible for the maintenance of these newly-reconstructed houses.
There is a traditional local belief that archaeologists are there only because they expect to find gold, and some sites have been interfered with after the excavators have left at the end of the day. Luckily an attempt to pre-empt archaeologists at the Ain Al-Gazzarin excavation just a few days before they began their last season had a less damaging outcome. "Someone dug a pit in almost exactly the place where we had planned to investigate," Tony Mills told Al-Ahram Weekly. "In this case we were able simply to enlarge it and clean up the sides and bottom to examine the stratigraphy. It is not often that these illicit excavations are so well placed."
In his keynote address, Colin Hope of Monash University in Melbourne spoke about the "Romanisation and Christianisation of the Egyptian countryside". A short documentary film entitled Al-Qasr, City of Mudbricks was screened.
Hope's series of reflections concentrated on two aspects of the oasis. The first was to present a series of images of Ismant Al-Kharab (ancient Kellis), which he likened to Pompeii, in an effort to better understand Roman activity in the oasis; the second was to reveal the spread of Christianity in Dakhla by revealing a series of excavated houses "of which there are good Roman parallels".
Kellis was occupied for three or four centuries and, in a typical Egyptian temple dedicated to the local god Tutu and founded in the Late Ptolemaic period, a mixture of classical and Pharaonic images are apparent, both in the architectural remains and in the objects that have survived.
"The temple was protected by extensive drifts of sand, as a result of which, apart from the temple complex, large villas, two-story mud-brick houses, and fourth-century churches have survived," Hope said. Textile fragments, glass and ceramic objects, and pottery were carefully removed from the soil. The most significant discovery of all from Kellis is a codex written in Greek on thin sheets of wood bound together with string. It is an agricultural account book and lists the goods and services provided by tenant farmers of Kellis over a period of four years.
These objects were brought to the Egyptian Museum for exhibition along with several others from the storerooms which have never before been put on display. Wafaa El-Seddiq, director of the museum who organised the exhibition, said that it would remain open for several weeks. Among the exhibits are a set of glass vessels from the Roman period, a painted glass jug of extraordinary beauty, and a fascinating if somewhat crudely-painted anthropoid wooden coffin.
"After nearly 30 years of research we know more about this oasis than ever before, and for the first time these results are presented at a scientific conference in Cairo," Mills said. He added that the studies being carried out at Dakhla were a far cry, in terms of a scientific approach, from the research and excavations of earlier times.

Fuente: Al Ahram Weekly

 

 

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