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EL GRAN SUEÑO

 

A Tutanjamón

 
 En mi mano sostengo una fotografía. En ella se siente el leve sueño del rey adolescente, su sabia y pequeña mano extendida sosteniendo su reino. El oro brilla. En la pared de la tumba ha sido pintado entre Osiris amortajado y el dios que  posee el símbolo de la reencarnación. El joven abraza a Osiris como lo haría un hijo a su padre. Arriba se leen fragmentos del Libro de los Muertos. El Magnífico en persona juzga el alma noble de su hijo. En la pared se reflejan las pinturas que significan su ascenso al cielo.  Giro mi cabeza: Él sonríe porque ha sido bendecido. Guardo la fotografía entre los bellos papiros. Yo le tiendo mi mano: Él sonríe porque ahora duerme, porque ha sido compensado. Yo recuerdo una frase griega: "El que ama a los dioses, muere joven". Él es eternamente joven. Su piel bronceada brilla bajo el sol del desierto. Entonces, el Dios moreno me habla, a mí que soy su doncella, pero no su esclava. Él ha sido cubierto por la tapa dorada. Le digo adiós, no sé si bajo la felicidad o las lágrimas, o no sé si decirle te veo luego, en los médanos o en nuestro cielo azul rutilante de sol y palmeras o mejor tomar una fotografía, Él abriendo la tapa de su tumba, los arqueólogos azorados ignorando la verdad de ese sueño eterno.
 

OSIRIS

 
 
Esa noche comienza a llover nuevamente. Isis ventila la habitación caliente y se dispone a realizar la cura del cuerpo destrozado. Sabe que ha muerto el indigno, el pedazo visceral de serpiente homicida que quiso destruir el cuerpo de su padre. Isis ordena el silencio. Sólo se escucha el sonido del agua cayendo cristalinamente en las afueras del recinto. Ra le ha dado los elementos, los ungüentos, los blancos vendajes para coser miembro a miembro el cuerpo físico de Osiris. Su espíritu duerme. Isis lo mantiene con su soplo interior, vivo y latente. El rostro del homicida ha desaparecido del orbe entero. Después de horas, Él despierta. La barca que va por el río Nilo hacia las constelaciones del reino espiritual, lo espera. Él decide, pone la balanza;  va a estar del otro lado del mundo de los vivos. Isis llora pero no está de luto porque acepta con sabiduría la misión de su esposo. Afuera, el agua lava la sangre y sobreviene la paz. Adentro, el agua apaga la sed, une miembro a miembro el cuerpo latente.
 

BASTET

 
 
Después de esta batalla milenaria en la que se enfrentan el Bien y el Mal, otros tienen todavía la duda; yo ya no, aunque parezca soberbia.
 

Bastet

 
 
La sacerdotisa pone la estatuilla de la diosa Bastet dentro del sarcófago del joven muerto. En el templo han cerrado las puertas; la innominada clava la tapa. Un hilo de sol rompe -quién sabe desde dónde- la oscuridad reciente de la sala. Un poco de oxígeno,  pero el hambre y la sed lo harán todo. Piensa que sería bueno comerse las ofrendas y postergar el fin, pero sabe que éstas son intocables. El sol cae vertical dentro de la cámara e ilumina el rostro de Astaroth que allí se ha escondido (como una tal Amneris lo hará más adelante). Lleva una daga que brilla. Luchan: la sombra de Astarté cae vencida. Nefertari respira porque tiene la certeza de que los dioses lo saben y le parece suficiente. Ella destapa la canasta. No es comida. El veneno es más rápido; el áspid la muerde y expira rápidamente. La justicia está hecha.

 

Ileana Andrea Gómez Gavinoser

 

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