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Relatos Egipcios

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Retorno a Menfis

Por José Ignacio Velasco Montes

  

 

3.-

 

Han pasado tres años desde que Anjaf penetrara en el templo. Imiotep, muy anciano, ha sufrido un ataque y tiene paralizado medio cuerpo desde hace meses, lo que indica que su lesión es irrecuperable. A pesar de su estado, continúa la enseñanza sobre mí, como le ha encomendado el rey. Yo ya tengo poco por aprender, pero insisto cada día en ir un poco más allá en los conocimientos que deseo alcanzar.

Es el mes de Payni y está próximo el solsticio de verano. Hace calor y el Nilo está muy bajo. Los insectos lo invaden todo y el entrechocar de sus élitros hace contrapunto a los demás ruidos de las cálidas noches del lejano Menfis. La Gran Pirámide ha visto por fin rematada su cumbre con el dorado piramidión. Y de él el sol saca cada día dorados reflejos que pueden verse desde largas distancias. Las noticias que llegan desde Per-Aa, el palacio del rey, son escasas y breves. Son apenas unos míseros rumores arribados por los más diversos conductos; y en todos se habla de la larga enfermedad del rey.

 

--Señor –me indica un neófito que penetra en la celda--. Imiotep os llama.

--Voy de inmediato –contesto dejando el papiro que estoy leyendo y encaminándome a su cercana celda.

--Anjaf, hermano. Mi vida se acaba y la parálisis me consume. He tenido un sueño: “el sol caía del cielo cerca de mí y no podía alcanzarlo. Entonces llegabas tú y lo llevabas entre tus brazos al interior del templo”.

--¿Qué significa tu sueño, Maestro?

--El rey iniciará el viaje al Más Allá antes que yo parta. Pero no podré intervenir en su preparación. Arréglalo todo. No dejes nada al azar. Que hagan tejer los mejores linos y mezclen los más finos ungüentos de mirra y resinas aromáticas, dejándolos dispuestos para su uso.

--¿Me entiendes? --Pregunta preocupado, pues por la parálisis se le entiende mal.

--Sí, Maestro. Te entiendo muy bien. Continúa.

--Que los embalsamadores dispongan sus útiles y el vino de palma se serene en las vasijas de barro. Prepara la goma traída del oriente y perfúmala con el incienso, la mirra y el sándalo. Envía discretos emisarios que averigüen el estado de sus ataúdes. Averigua el estado del sarcófago, y que aceleren la terminación de todo. El tiempo se está deteniendo, sin remisión, para el rey.

--Sí Maestro, pero el rey aún es joven. ¿Es qué nada puede hacerse para salvarlo?

--Su muerte es cuestión de horas, lo sé. Mira el cielo y verás en él signos claros. Escucha el ladrar de los perros de Menfis. Pon oído al grito del chacal que merodea en el límite del desierto. Aprecia y valora la opresión que atenaza, con gélida mano, tu pecho.

--Maestro, veo y escucho esas señales y algunas más. Observo el cerco de Canope, la estrella del Nilo. Escucho el gemido del aire caliente que viene del desierto y su silbar en la pirámide recién terminada. Miro y puedo comprender las infinitas señales que han surgido en las Estrellas Imperecederas. Puedo apreciar que el sol se obscurece y tiene manchas rojas. Observo en la luna un halo verdoso, de muerte. Y la Tierra se cubre de brumas al amanecer. ¿Qué debo hacer?

--Sólo tres cosas, como tres son las preguntas de la Esfinge. La primera, esperar que llegue el momento. La segunda, debes prepararlo todo, para que esté dispuesto. Y, quizá, como tercer aspecto, debes orar para que Amón le dé salud... aunque Isis y Osiris ya han dejado en manos de Horus el destino del rey. No hay esperanzas. Está agonizando. Lo veo claramente. –Indica el anciano sacerdote que tiene los ojos cerrados y una manifiesta expresión de conturbada concentración.

 

Imiotep parece estar ausente. Sus ojos se han vuelto glaucos y miran hacia su interior. Un sudor frío resbala por su rostro en finas gotas que confluyen, crecen y resbalan dejando un surco húmedo. Su cuerpo está tenso, apreciándose que su psiquis se ha trasladado a Menfis y se encuentra en el aposento real, viendo al rey.

 

--¿Qué ves Imiotep? No lo guardes para ti. --Inquiero interesado.

--Veo que la fiebre ha desaparecido y sus ojos brillan en un postrero resplandor premonitorio de la muerte.

 

Y el anciano sacerdote, en trance, permanece callado. Yo lo miro en silencio esperando lo que sólo él puede ver.

 

--Se ha incorporado en el lecho –Las palabras brotan de su boca a borbotones, relatando lo que puede ver--. El Jefe de los médicos le sonríe diciéndole que el peligro ha pasado, aunque sabe que es el último respiro antes de emprender el gran viaje. Sólo podemos esperar y después tendrás que hacerlo todo por él, día a día, durante más de setenta y menos de cien.

--Pero entonces estará muerto. ¿Qué podré hacer por él?

--Muerto su cuerpo, pero su "Ka" esperará de ti todo lo mejor que puedas hacer por él. Para ello te envió aquí. Presintió su muerte y quiso asegurarse una buena travesía. La mejor posible, puesto que, a pesar de ser el rey, al igual que cualquiera de nosotros, también tenía miedo al tránsito al "Más Allá".

--Sí, era dios, era rey, pero también era un hombre. Y como todos nosotros, lleno de miedos hacia el devenir de los tiempos. –Me decido a ampliar el comentario sin otra necesidad que no sea poder decir algo.

--Tú eras de su confianza y por ello te nombra en su codicilo --continúa cómo si no me hubiera escuchado Imiotep-- y tú tendrás todo el poder a su muerte, hasta que se cierre la pirámide. Y ese poder hará que tengas que acompañarle al "Más Allá". ¿Sabes lo que significa acompañarle?

 

Anjaf queda pensativo por un momento y mira a Imiotep que espera su respuesta.

 

--Sí, lo sé. No hablemos de ello.

--Como quieras, pero tendremos que hacerlo, pues el rey, el Gran Dios, acaba de morir en este instante.

 

Imiotep sale de su intensa abstracción y abre los ojos y ordena:

 

--Prepáralo todo.

  

Retorno a Menfis 4

 

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