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"ISAS EL ESCLAVO"

 

CONCURSO DE EGIPTOLOGÍA

- RELATOS CORTOS ASADE sobre el Antiguo Egipto -

I Edición - Año 2007

 

-¡Se acabó por hoy! – Gritó el capataz desde el alto donde se encontraba. Un último latigazo, seguido de un grito de dolor, se escuchó a lo lejos y los jadeos, chillidos y quejas desaparecieron para dar paso a los murmullos de alivio.

            El sol se había puesto hacía ya tiempo y la oscuridad era cada vez más densa. Otro grito a voz viva del capataz resonó en el silencio y los hombres se pusieron en fila y comenzaron a caminar. Algunas antorchas, portadas por los guardianes, iluminaban los rostros, curtidos por el sol, de los esclavos. Una voz grave pidió agua y alguien tropezó rompiendo la fila. Al instante, el chasquido del látigo recorrió el aire y un grito desgarrador inundó los oídos de los presentes. Al poco, se reanudó la marcha.

            Los esclavos estaban construyendo una nueva ciudad destinada a ser la futura capital de las Dos Tierras: Akhetatón, la ciudad del horizonte de Atón. Ésta construcción fue planificada por el faraón en poco tiempo, con la decisión de que fuera el punto de partida de la reforma religiosa que quería llevar a cabo: extender el culto a Atón por todo Egipto, prohibiendo el culto al resto de los dioses. Los esclavos de la compañía de Isas estaban llevando las piedras necesarias para la construcción de la Capilla Real, también llamada mansión de Atón. El edificio, a su término, estaba rodeado por una muralla con torreones salientes a modo de atalaya, constando de tres patios con pílonos de entrada y un sancta sanctorum en dos secciones, similar al del Gran Templo de Atón.

 

El Nilo discurría tranquilo bajo la luz de la luna y una brisa fresca mecía los juncos y papiros de las orillas. Las blancas grullas y los rosados flamencos se refrescaban en los cañaverales mientras los mochuelos ululaban buscando insectos con los que alimentarse. Un ibis alzó el vuelo y un cocodrilo se zambulló en las aguas del río provocando un pequeño revuelo entre las zancudas de las cercanías. A lo lejos se oyeron el aullido de un lobo dedicado a la luna y la risa siniestra de una hiena.           

Isas se tumbó en su jergón, agotado tras el duro día de trabajo. Su “hogar” era más parecido a un almacén que a una casa. Un solo habitáculo contenía la gran construcción donde se encontraba. El techo, hecho de cáñamo, se elevaba a tres metros del suelo y solo unos pocos agujeros, a modo de ventana, aparecían en las lisas paredes de ladrillos de adobe cocido. Los jergones se repartían por toda la estancia, pegándose por la cabecera a la pared. Había un centenar de ellos en total.

            Bajo una de esas ventanas tenía el lecho Isas y cada noche miraba las estrellas con ojos perdidos en sueños de libertad.

- Hoy no ha sido tan duro – Comentó la persona que se tumbó en el lecho contiguo. Era un joven de unos 25 años, más alto que Isas y que la mayoría de los egipcios y musculoso como un toro salvaje. Sin embargo, su principal rasgo era su tez, de color negro azabache. Y sobre esa piel tiznada, unos extraordinarios ojos azules como el cielo. Era extraño en Egipto ver a alguien así, pero él no era egipcio. Nació al sur, en Nubia y, como nubio, estaba orgulloso de serlo. Llevaba cerca de un año trabajando con Isas y en seguida conectó con el egipcio. Ambos eran parecidos en la forma de ser: alegres, respetuosos con el otro y, sobre todo, bromistas. Khemen contaba que fue capturado mientras cazaba a orillas del Nilo Azul por una incursión egipcia. Pero estaba seguro de que, tarde o temprano, volvería a su hogar.

            Isas giró la cabeza hacia él y asintió - Los picadores no han extraído tanta roca como otros días. Además los bloques que salían no eran tan pesados como de costumbre. Quizás ya se estén dedicando a las minucias…

- Y aun así, hemos dejado trabajo hecho para mañana. Hoy han faltado casi la mitad de los barcos que se llevan las piedras vírgenes para traer los bloques tratados. Calculo que con lo que ha quedado en el muelle, mañana no tendremos que darnos prisa en llevar las cargas hasta primeras horas de la tarde – Explicó Khemen y añadió en tono curioso – Quizás sean ciertos los rumores que corren sobre los preparativos de guerra por parte del Hijo del Sol.

- No me extrañaría – Dijo Isas – A pesar de que sólo se dedique a defenestrar a los sacerdotes de Amón y a intentar decirnos que ahora hay que adorar sólo a Atón, quizás también desee dominar todas las naciones para someterlos al yugo del dios Sol.

- Puede tener ese deseo, pero nunca lo conseguirá – Replicó orgulloso Khemen, dejando ver sus blancos dientes sobre su tez negra – Nubia nunca será sometida por Egipto.

 - Lo que tú digas amigo – dijo gravemente Isas – Lo que es seguro es que Nubia nunca gobernará sobre Egipto, porque no lo soportaría.

- ¿Quién? ¿Tú? – preguntó Khemen intrigado

- Atón – Concluyó Isas riendo – No soportaría a tantos charlatanes como tú.

El nubio se echó a reír a carcajadas acompañando a su amigo. Se escucharon algunas quejas de los adormilados y una voz cascada les mandó callar entre improperios y maldiciones. Isas y Khemen se miraron aun riendo.

- Buenas noches Amuras, me alegro de saber que aun estás con nosotros – Dijo Isas al de la voz cascada.

- Os sobreviviré renacuajos, por Osiris que os sobreviviré – respondió aquel

            - ¡Como te escuche el faraón, dudo que pases de mañana! – contrarrestó sonriendo Khemen.

            Poco a poco el murmullo de las voces dio paso al sonido de las respiraciones de los esclavos. Más de uno roncaba para desgracia de algunos desesperados que, chistando y con quejas, intentaban que dejaran de hacerlo, aunque sin resultado alguno.

            Isas tampoco podía dormir a pesar del cansancio. Estaba mirando las estrellas que se dejaban ver por el hueco de la pared. Recordaba, como cada noche desde que estaba allí, su vida antes de la esclavitud: sus juegos de la infancia a orillas del Nilo, las eternas partidas al senet con sus hermanos, el aprendizaje de la escribanía que estaba a punto de terminar antes de su detención…la libertad.

              Su padre, Eskisas, era un antiguo general al servicio de Amenofis III, padre de Amenofis IV (Akhenatón) Curtido en batallas para asegurar el control egipcio de Siria, donde tuvo una gran carrera militar que le llevó a un puesto tan importante dentro del ejército egipcio, cayó en desgracia a su vuelta a la corte al no aceptar los nuevos cultos palaciegos del faraón. Amenofis ciego de ira por la negativa de uno de sus mejores generales, le destinó en una pequeña guarnición en la frontera con Nubia. El faraón, además, prohibió que su familia le acompañara. Ahogado por la soledad y por la rabia acumulada hacia el monarca, murió al año de ser desterrado en una escaramuza con unos bandidos nubios. Isas contaba entonces con tan solo 6 años y apenas tenía unos vagos recuerdos de su padre. Su madre, Anhertari, al recibir la noticia se derrumbó e hizo luto por su marido, prometiéndose que no se casaría con otro hombre.

            Isas, su madre y hermanos pasaron entonces a vivir en la casa de su tío materno, Gran Sacerdote de Amón. Éste cuidó de ellos y miró siempre por su bienestar, favoreciéndoles cada vez que pudo gracias a su influyente posición. El hermano mayor de Isas imitó a su padre y emprendió una carrera militar que le llevaría a Siria, integrándose en la compañía que estaba acuartelada en Emberakh, en la frontera al sur de Karkemish. El mediano, por su parte, decidió formar parte del sacerdocio y marchó a la Ciudad Sagrada a iniciarse. Isas, sin embargo, no siguió ninguno de los caminos emprendidos por sus hermanos. Su tío siempre le había favorecido más que a ellos y lo llenó de mimos y regalos a la menor ocasión. En la mente del Gran Sacerdote estaba diseñado el futuro de su sobrino menor: sería el Gran Escriba del faraón y para ello, cuando Isas llegó a su casa, empezó a aprender los distintos tipos de escritura: jeroglífica e hierática. Con el paso de los años, fue instruido en gramática y textos clásicos, derecho, geografía, contabilidad y en historia. Todo esto mediante la trascripción y copia de textos. Cuando cumplió los 16 años, su Tío le regaló el mejor equipo de escriba que Isas jamás hubiera soñado: Un estuche de metal trabajado lleno de calamos, una paleta de sicómoro, un pequeño mazo para pulir, un alisador bellamente trabajado, varios cubiletes de tinta de distintos colores, panes de color negro y rojo, tablillas de la madera de mejor calidad y un rascador con sus iniciales. El aprendiz de escriba, con los ojos llenos de lágrimas, abrazó a su tío dándole las gracias.

            Amenofis III murió y le sucedió su extraño hijo Amenofis IV. Los sacerdotes de los dioses principales estaban preocupados por el camino que elegiría: si seguir con la idea de un único dios en la corte de su padre o la vuelta al politeísmo original. Pero muy pronto se le vieron las intenciones y el mundo de Isas tembló. El Gran Sacerdote de Amón se negó a abandonar su creencia e integrarse en la nueva creencia que Amenofis IV, que se hacía llamar Akhenatón, quería imponer. Por ello, el alzamiento de Atón a dios único supuso la caída en desgracia de los sacerdotes de los dioses tradicionales. El tío de Isas, viendo el triste final que le esperaba, decidió quitarse la vida con veneno antes de la entrada de los soldados del faraón. Isas y su madre no corrieron la misma suerte. El nuevo faraón decidió esclavizar a todos los allegados a estos sacerdotes y, en ese momento ya como esclavo, Isas es enviado a la construcción de la ciudad de Akhetatón, la futura capital de Egipto, y nunca volvió a saber nada de su madre.

            - ¡En pie! - gritó el soldado encargado de despertarlos cada día tras tocar el cuerno. Isas abrió los ojos sin recordar en qué momento se había quedado dormido. Alzó la vista hacia la ventana y vio que, como cada día, las últimas estrellas pululaban en un cielo a punto de perder su oscuridad nocturna para dar paso a la majestuosidad del sol. Sus compañeros comenzaban a desperezarse y algunos ya estaban listos mientras otro, como Khemen, se hacían los remolones. Isas se levantó y comenzó a vestirse para otro duro día de trabajo.

            Los esclavos fueron conducidos a otro gran almacén, idéntico a donde dormían, que estaba amueblado con largas mesas de madera con bancos para sentarse. Al fondo había un pequeño habitáculo del que se escapaba olor a cocina. Isas y sus compañeros se fueron sentando a la mesa y una fila de esclavas salió con humeantes platos de caldo de la cocina, repartiéndolos a los presentes. Una bonita esclava egipcia le puso el plato a Isas.

            - ¡Qué aproveche Isas! - Le dijo sonriendo la joven

            - Gracias Arinna – Respondió cortés el esclavo. La joven era menuda pero extremadamente bonita. Un largo pelo azabache caía con gracia sobre sus hombros y en cascada por su espalda. Unos grandes ojos marrones sobresalían en su rostro redondeado, de labios carnosos y nariz afilada. La tez era blanquecina aunque los pómulos los tenía enrojecidos por el contacto con el sol. Vestía un traje blanco de tirantes, un traje de esclava que dejaba entrever sus curvas de mujer. No tendría más allá de los 15 años, pero ya estaba formada por completo y dentro de poco tiempo sería destinada a alguna casa de la nobleza o a la propia corte. Su belleza le ayudaría, sin ninguna duda, a tener un buen destino.

            - Espero que hoy tengas un día sencillo – deseó la joven.

            - Y yo espero que hoy los rayos del sol sientan envidia de tu belleza – respondió más que cortés el esclavo mientras que pensaba que, aparte del físico, la chica tenía todo lo necesario para ser una buena sirviente y esposa.

            Arinna se ruborizó y, con una leve despedida, volvió a la cocina a por más platos para repartir. Khemen llegó en ese momento y se sentó al lado de Isas, quien aun estaba mirando hacia el habitáculo.

            - Apuesto todo el oro del faraón a que has vuelto a piropearla - le dijo sarcástico el nubio - he visto su rostro ruborizado cuando he llegado.

            - ¡Con lo bien que me conoces, quien querría apostar algo contra ti en cualquier tema que me concierna! - exclamó sonriendo Isas.

            - La verdad es que es bonita para ser egipcia - le dijo con sinceridad su compañero - aunque sé que te lo digo cada día. En lo menuda me recuerda a la chica con la que estaba prometido en mi tierra.

            - Sí, esa que era más bonita que las estrellas del cielo y que nadie puede igualársele, ¿no? - repitió mofándose Isas - No hay día en el que no me lo recuerdes

            - Y también te repito todos los días lo que haría yo en tu lugar con esa jovencita, pero por más que te lo digo, no me haces caso. Y cuando se vaya de aquí, te arrepentirás. - Le reprendió serio Khemen.

            - No sé si arriesgar la vida por estar un rato con ella merezca la pena

            - ¿Qué vida? ¿Ésta? – Le recriminó el nubio – Piénsalo bien amigo mío, antes de que te tengas que arrepentir de por vida.

            El desayuno, la única comida que harían en todo el día, pasó sin más conversaciones, cada uno centrándose en saborear el plato con el que deberían de afrontar el día.

            Aun no habían terminado el desayuno cuando las esclavas que hacían de camareras salieron de la cocina en dirección a la salida. Arinna iba en la mitad de la fila. Al verla salir, Isas, que había estado meditando las palabras de su amigo, se decidió a pararla.

            - Arinna, ¿Dónde podríamos vernos esta noche? – le susurró Isas sosteniendo su brazo suavemente cuando ella pasó a su lado

            - E..Esta noche cuando la estrella del Norte salga a navegar, te espero detrás de la cocina – le contestó con suavidad la joven, acariciándole la mano antes de seguir andando…

            Isas sonrió y se acomodó de nuevo en la mesa y vio como Khemen le sonreía burlón.

            Las palabras de Arinna le resonaban en la mente mientras arrastraban los grandes bloques de piedra desde el muelle hasta la ciudad en construcción. “Esta noche” le había dicho. Su imaginación echó a volar, haciéndole olvidar por momentos el duro trabajo que le agotaba el cuerpo. ¿Cómo sería una noche con ella? ¿Se pasarían toda una noche hablando bajo la luz de las estrellas? Sin duda ella sería capaz de mantener una conversación entretenida. Se imaginó tumbado en los jardines de su tío, bajo la luz de la luna, y ella a su lado, reflejando en su rostro el pálido reflejo de La Cambiante. Se imaginó corriendo y riendo con ella…en libertad…

            De repente, Isas notó un agudo dolor en la espalda que le devolvió a la realidad haciéndole gritar.

            - ¡Tira, esclavo! – Le espetó el capataz con el látigo aun en alto.

            - Maldito tirano, ya me gustaría verle aquí con las piedras, el polvo y soportando las iras de los capataces inútiles como él – masculló entre dientes Isas. En ese momento recibió un codazo en las costillas de Khemen

            - Cállate o esta noche mi mejor amigo estará alimentando a los chacales en vez de con esa chica tan mona – le recordó el nubio, contundente.  

            El día transcurrió sin más sobresaltos. El sol brillaba con fuerza en lo alto del cielo, inundando todo con su luz y su calor insoportable. La humedad se pegaba en los torsos desnudos de los esclavos, haciéndoles sudar para intentar sofocar algo ese fuego que provenía del dios Atón. “Parece que quiere castigarnos” se oyó en la fila refiriéndose al exagerado calor que los atormentaba. No había ni una sola nube en el cielo de azul intenso que los vigilaba desde lo alto. Un halcón pasó encima suya planeando en búsqueda de algún animalillo para alimentar a sus crías y la habitual bandada de buitres volaba en círculos por encima de sus cabezas, con su aleteo cansino, esperando a que alguno de ellos desfalleciera y fuera arrojado al desierto para que muriera.

            Un par de horas después, Isas notó como aumentó el peso que estaba arrastrando y, sin necesidad de girar la cabeza, comprendió que uno de sus compañeros no había resistido. La curiosidad de saber quien era le hizo mirar, aun con la quemazón que las sogas hacían en sus hombros. El que había caído era un hombre escuálido y de pelo desaliñado, que rondaría los 50 años. Nunca había hablado con él ya que su aire taciturno y huraño no ayudaba a ello. Isas observó como los soldados cogían el cuerpo inerte del esclavo y se lo llevaban. Poco tiempo después, la bandada de buitres comenzó a descender hacia su banquete. “Triste final para un hijo de las Dos Tierras” pensó Isas.

            El dios Sol enfilaba ya su camino hacia su viaje nocturno y desapareció tras el horizonte. El alivio se hizo notar entre los esclavos, el sol quemaba su piel con tal fuerza que rozarse con otros ya era un suplicio insoportable. Por segundo día consecutivo, menos barcos de los que habituaban a hacerlo se dedicaron a trasladar las piedras Nilo arriba, lo que mitigó algo el trabajo de los esclavos.

- ¡Por hoy ya basta! – Gritó el capataz cuando la luz empezaba a desaparecer y las estrellas se encendían en lo alto del cielo. Algunos levantaron murmullos de alivio mientras otros se quejaban del dolor que le acuciaba espalda y hombros por las quemaduras. Un hombre se lamentaba por no haber cogido los tallos de aloe vera que había visto en el muelle a orillas del Nilo. Isas, como todos, se llevaba con cuidado las manos a los hombros, poniendo una mueca de dolor en cuanto se rozaba.

            Cuando llegaron a los barracones donde dormían, Isas pegó su espalda contra la pared. El frío contacto le calmó un poco el ardor de las quemaduras. Un poco aliviado, se tumbó, con muchísimo cuidado, en su jergón boca arriba para poder observar las estrellas. Esa noche era importante que no perdiera ojo de ellas…no debía llegar tarde a su cita con Arinna.

            - Hoy es la mejor noche desde que llegamos aquí, ¿Eh? – comentó pícaramente Khemen a su compañero entre muecas de dolor mal disimuladas.

            - La verdad es que si no fuera por estas quemaduras, sería la mejor noche de mi vida – le contestó Isas mostrando sus blancos dientes.

            - Y con las quemaduras, así que no te quejes tanto. Lo que daría yo porque una niña bonita como Arinna me cuidara esta noche.

            - La verdad, tampoco espero gran cosa de esta noche – terció Isas

            - Aparte de las quemaduras en la espalda, el sol te ha chamuscado el cerebro y torcido los pensamientos – Le recriminó el nubio – Como dicen en mi tierra: “Un cocodrilo que tiene la presa al alcance de su boca y no ataca, o está muerto o no es un cocodrilo.” Así que déjate de tonterías, que esta noche va a ser la mejor en mucho tiempo.

            - Bonito refrán. Quizás tengas razón, es que a veces pienso que en mi destino no existe la palabra felicidad…

- Definitivamente, el sol te ha chamuscado el cerebro.- Le cortó Khemen indignado.- Al menos estás vivo, no como el pobre hombre que han devorado los buitres hoy. Aprovecha la vida mientras la tengas, porque es el único momento en el que podrás decidir qué es lo que quieres hacer. – Isas se incorporó y puso cara de desconcierto. El nubio continuó – Sí Isas, tú eliges en cada momento. Porque podemos estar esclavizados aquí, obligados a hacer trabajos forzados hasta la extenuación y a comer al alba una comida que los chacales despreciarían, pero la libertad de cada uno reside en su alma, y eso es algo que jamás puede ser esclavizado. Ahora mismo, tú estás eligiendo seguir vivo, sometiéndote a la esclavitud impuesta. Sin embargo, puedes elegir un camino que puede llevarte a otras situaciones: ¿Crees que jamás he pensado en escaparme? Sí lo he pensado y meditado largamente, pero sé que tras ese camino, ahora mismo, solo hay muerte. ¿Dónde iría? Que irrisoria libertad la de escapar de la esclavitud para morir en el desierto.

Khemen tomó un poco de aire y de tiempo para que sus palabras penetraran en el pensamiento de su compañero y continuó.

            - Sé que me llegará el momento de la libertad. O al menos, el momento en el que escapar no me lleve exclusivamente a la muerte. Pues bien, ahora es un momento en el que, dentro de la libertad que posees, debes elegir: ¿Quieres ir? Sabes que ese camino puede que te lleve a la muerte si te descubren, pero si no lo hacen, pasarás una noche como llevas mucho tiempo imaginando. Sentirás de nuevo la libertad en su estado más puro y, mañana, tendrás otro motivo por el que soportar el trabajo que nos imponen. Piensa que del camino que escojas nunca sabes donde te va a llevar.

Khemen calló y se hizo el silencio durante unos minutos. Al fin, Isas contestó.

            - Nunca te había oído hablar con tan…no sé, tan sincero. Parecías mi Tío por momentos, sólo te ha faltado hablar del Destino de Amón y hubiera pensado que eras él. – Le dijo con sinceridad a su amigo.- Me has abierto los ojos que el sol del día me había cerrado, gracias amigo.

            - Sólo te voy a pedir una cosa – dijo con cara seria Khemen -  ¡Qué mañana me cuentes todos los detalles! – Y, cambiado el semblante de la cara, se echó a reír.

            - Ni tras una dura reprimenda puede evitar reírte de mi – Contestó sonriendo, y terminó diciendo – Buenas noches Khemen.

            - Para unos mejor que para otros, Isas. Que disfrutes de esta noche.

            Isas se volvió a tumbar y fijó su mirada en el cielo estrellado, como cada noche. Y dejó su mente volar…

            Se despertó de repente y miró por la ventana desesperado. “Por Amón, que no haya pasado la hora” pensó mientras buscaba en el cielo. Suspiró de alivio: se acababa de despertar justo para llegar a la cita. Muy despacio, se levantó y, con cuidado de no molestar ni despertar a ninguno de sus compañeros, caminó hacia la puerta. Un ronquido de Amuras le sobresaltó y el corazón comenzó a latirle con muchísima fuerza. Cuando se hubo calmado, continuó andando de puntillas.

            Abrió la puerta lentamente, con un movimiento casi imperceptible, orando a los dioses para que no le encontrasen los soldados que vigilaban el lugar. Por suerte, nadie vigilaba el barracón en ese momento. Se escabulló por las sombras y fue cruzando de un barracón a otro sin ver a ningún guardián y sin ser visto por ningún soldado. Al fin, llegó al barracón donde se desayunaba y la rodeó hasta llegar al punto donde había quedado con ella. Al llegar, miró al cielo y vio que aun no había salido la Estrella del Norte, pero no tardaría en hacerlo. Se sentó a esperarla y, tal y como hacía cada noche desde su jergón, se acomodó a ver las estrellas. Un ruido le puso en tensión y le hizo observar la penumbra que le rodeaba y vio que un guardián pasaba por el edificio de enfrente con evidentes signos de sueño. Cuando lo perdió de vista, Isas se relajó de nuevo. Al poco tiempo, la vio aparecer y le pareció estar soñando. La luna iluminaba el fino vestido blanco que le caía desde los hombros hasta el tobillo, insinuando las

Curvas que llenaban el menudo cuerpo de Arinna. Su sonrisa, bella como la luna menguante, se dibujaba esbelta en el bello rostro de la joven y sus grandes ojos le miraban fijamente con un brillo especial. El pelo se mecía suavemente acorde con los pasos de la esclava, dejando que el brillo de la luna remarcara el acentuado color azabache. Isas la miraba embobado y una risita se le escapó a Arinna al verlo.

            - Me alegro de que hayas venido Isas, creí que no lo harías – Le saludó la joven

            - Créeme que por momento, tampoco yo creí en que vendría, pero solo con verte así ya ha merecido la pena. Me halaga que no hayas faltado a nuestra cita – Le contestó Isas - ¿Cómo te las has apañado para llegar hasta aquí?

            - Nadie vigila la estancia de las esclavas, Isas, ningún varón puede violar la intimidad de las jóvenes, por muy esclavas que sean.

            - No me había percatado de ello – Cayó en la cuenta el joven – Ven y siéntate aquí a mi lado.

            - ¿Y tú como lo has logrado? Tengo entendido que el edificio de los esclavos está siempre custodiado – le preguntó la joven mientras se tendía junto a Isas.

            - La verdad es que he tenido que noquear a unos cuantos de ellos – dijo sonriendo Isas, pero ante la cara de incredulidad de la joven tuvo que ser sincero – En realidad no había nadie vigilando, o eso espero al menos porque yo no vi a nadie.

            Arinna se quedó mirando al joven esclavo. Isas rondaría los 18 años y era alto para la media egipcia. Su cuerpo hacía sido moldeado por el trabajo forzado, librando de grasa su estructura y fortaleciendo los músculos. Tenía la tez morena de las horas bajo el sol y unas manos fuertes. Pero seguía teniendo una cara de niño. Una expresión de niño pillo revestía cada gesto de Isas hacia ella. El pelo negro le caía, greñudo, casi hasta los hombros, y una pequeña barba se dibujaba en su cara. Los ojos negros eran profundos al mirar y sus labios carnosos contrastaban con el conjunto de su faz. Pero lo que más le gustaba a Arinna de Isas era su sonrisa: sincera y agradable. Los dientes blancos de Isas infundían tranquilidad y alegría a la joven, pues verlos era señal de que todo marchaba bien.

            Siguieron charlando durante largo tiempo, preguntándose el uno al otro sobre cómo habían llegado hasta allí. Isas le contó la caída en desgracia y muerte de su padre, la vida junto a su Tío, el destino de sus hermanos, el aprendizaje de escriba, el suicidio del Gran Sacerdote de Amón y el posterior arresto del joven y de su madre. Cuando le preguntó a ella, el esclavo escuchó el relato de Arinna: Era la hija de una esclava de la esposa de un terrateniente de Tanis. Desde pequeña le gustaba bailar y tenía el don de cantar salmos y de recitar poemas, por lo que fue muy apreciada por el terrateniente. Pero un día, en medio de una ceremonia de bendición de campos, se dejó llevar por la música y comenzó a cantar. El sacerdote encargado de la ceremonia la oyó e hizo que la presentaran para escucharla. Nada más hacerlo, dijo a los presentes que esa chiquilla tenía el don del arte del cantar y que habría que adiestrarla. El terrateniente solo aceptó aquello tras recibir una buena cantidad de monedas y así, Arinna fue llevaba a Abydos. A pesar de las alabanzas del sacerdote, el origen esclavo le pesó muchísimo allí y no tardó en ser despreciada por el resto de jóvenes. Por ello, en cuanto tuvo la oportunidad, se intentó escapar. No lo logró y pasó de nuevo a la servidumbre, siendo su primer destino la de servir las comidas y limpiar los edificios del campamento de esclavos constructores de Akhetatón.

            Isas escuchó con atención el relato de la joven, sorprendido por ciertos aspectos de la vida de Arinna.

            - Me gustaría oírte cantar algo – Dijo fascinado Isas

            - Me da vergüenza, Isas – terció ruborizada la joven.

            - Me harías muy feliz si lo hicieras, Arinna – replicó el esclavo, acentuando su nombre.

            - Bueno...esta noche es especial, pero no creo que sea bueno que cante entre tanto silencio. – Viendo la cara de decepción del joven siguió – pero sí te recitaré algo, ¿Quieres?

            - ¡Por supuesto! – le agradeció Isas.

            - Bueno, te recitaré algo que me enseñó mi madre cuando tenía 3 años. Espero que te guste.

 

Cuentan las historias antiguas

Que en el Egipto de no Un solo dios

Un terrible mal acechaba las tierras

De la abeja y el junco, el chacal y el halcón

 

            La joven esclava observó como en la cara de Isas surgía una expresión de asombro y de fascinación. Prosiguió con su canto…

 

Penetró por las fronteras de Egipto

Proveniente del desierto del calor

Un demonio y sus huestes a miles

Causando muerte y destrucción

 

El Rey Escorpión corrió hacia el templo

A orarle al venerable dios Halcón

Y estando allí, meditando en silencio

Apareció el ave y le habló:

 

- Egipto caerá en las sombras

Entre fuego, muerte y destrucción

A menos que el faraón sea fuerte

Y cumpla su destino sin temor

 

Isas se acomodó, disfrutando de las sensaciones que le transmitía la delicada voz de Arinna. Jamás había escuchado algo tan bello como el recitar de la joven.

 

-¿Cuál es el sino que me lleva,

Qué he de hacer por mi nación?

- Deberás marchar hacia la cuna

Del Gran Río - El ave contestó

 

-¿Y qué habré de hacer allí?

¿Qué milagro cambiará la situación?

Pero el halcón ya no medió palabra

Y, levando el vuelo, se marchó

 

El faraón volvió a palacio

Y a su hijo así le habló

- He de marchar de Egipto

Sé fuerte y demuestra ser faraón

 

            Arinna silenció su voz para descansar un poco y miró con ojos brillantes al joven que la miraba embelesado. Se acercó un poco más a él y, lentamente, y con la luna de testigo, en los labios le besó en los labios. Isas recibió el beso sorprendido, pero en seguida lo correspondió. Ambos sintieron como si fueran uno, al igual que lo eran la Tierra de la Abeja y la del Junco. Cuando sus labios se separaron, Arinna vio un brillo especial en los ojos del joven.

            - Aun no he terminado, te prometo que cuando lo haga, habrá más de estos – le dijo la joven en un susurro al oído.

 

La noticia corrió por las calles

Y el pueblo de Egipto se conmocionó

- El faraón huye como las ratas del fuego

De Egipto huye el Rey Escorpión

 

Mientras, el mal se propagaba

Destruyendo la alegría del corazón

Secando el Nilo, quemando cosechas

Cubriendo con nubes negras el sol.

 

            Isas escuchaba embelesado a la joven a la que acababa de besar...por primera vez en su vida. Había sido tan dulce como la miel y tan suave como las telas de lino. Había sido como flotar entre las nubes, jugando con las estrellas.

 

El príncipe desesperaba sin consuelo

Largos meses desde que su padre marchó

Y con el enemigo a las puertas de Nején

El sonido del cuerno del rey oyó

 

El Demonio sonrió al ver al rey

Y su estridente risa gravemente resonó

En las Tierras de la Abeja y del Junco

Y con desprecio al rey habló:

 

- Huyes de tu reino cuando te necesita

Y haces sonar el cuerno de un cabrón

Tus huestes ya han sido derrotadas

No te queda ejército ninguno, faraón.

 

-Enfréntate conmigo si te atreves

Demonio oscuro, volverás a tu mansión

Que no es la tierra de mis padres

¡Es la muerte del mundo inferior!

 

            Isas jamás había escuchado recitar a alguien, y mucho menos tan bien como ella. A pesar de que conocía la historia, le parecía estar escuchando algo totalmente nuevo.

 

El Demonio atacó primero

Pero el faraón le esquivó

Y sacando la Maza Escorpión

La mano derecha le destrozó

 

- Morirás – gritó el demonio

Pero entre la ira y el dolor

Sintió que algo le atravesaba

La sangre negra de su corazón.

 

La Maza está envenenada

El demonio agonizante murmuró

Y, llevando consigo sus huestes

De este mundo desapareció

 

Y así cuenta la leyenda

Que por la Maza del Rey Escorpión

Nace y florece en las Dos Tierras

La vida, bajo la luz del dios Sol.

 

            - Eres increíble – fue lo único que acertó a decir Isas

            - Gracias – respondió sonrojada Arinna. Y, de nuevo, se acercaron sus labios, esta vez acompañados de unos brazos que apretaban el uno al otro, para nunca tener que separarse.

            Cuando la Estrella del Norte amenazaba con dejar la cúpula celeste, un escalofrío recorrió el cuerpo de Isas: sintió que alguien les estaba espiando. Disimuladamente, se incorporó un poco y pudo ver como dos soldados, recién salidos del barracón donde descansaban, miraban fijamente hacia donde se encontraban. Isas despertó a Arinna, que se había quedado dormida acomodada en su pecho. Sin hablar le señaló los soldados y le dijo que se quedara quieta, pero aquellos comenzaron a moverse en la dirección de ellos.

 El corazón del joven comenzó a latir fuertemente. “Tengo que sacarla de aquí” pensó y luego le susurró al oído.

            - Por favor, vete por el lado contrario. Yo los distraeré. No me perdonaría jamás que te pasara algo.

            - ¡No te quiero abandonar! – le dijo entre sollozos de miedo la joven

            - ¡Debes hacerlo! ¡Corre! – le espetó Isas tras besarla suavemente en los labios.

            - Jamás te olvidaré – le dijo al oído la joven antes de marcharse. Esas palabras recorrieron todo el ser del esclavo y comprendió que, pasara lo que pasara, nunca volvería a ver a aquella joven que le había atrapado el corazón.

Su mente volvió a la situación a la que se enfrentaba: dos soldados se dirigían hacia él y estaba seguro de que lo habían visto. Pensó en la posibilidad de pelear contra ellos, pero en seguida la desechó. Ellos llevaban lanza y habían sido entrenados para luchar mientras que él era un simple aprendiz de escriba convertido en esclavo. En ese momento recordó las palabras de Khemen, tan solo unas horas antes aunque parecieran años: “Sin embargo, puedes elegir un camino que puede llevarte a otras situaciones: ¿Crees que jamás he pensado en escaparme? Sí lo he pensado y meditado largamente, pero sé que tras ese camino, ahora mismo, solo hay muerte. ¿Dónde iría? Que irrisoria libertad la de escapar de la esclavitud para morir en el desierto.” Y ahora, en ese camino se encontraban los pies de Isas. Podía quedarse y morir, ajusticiado y arrojado a los buitres del desierto, o ir él mismo en busca de esos buitres. Siempre quedaba la oportunidad de que los dioses se apiadaran de él. Siempre tendría la oportunidad de elegir, la libertad.

Isas se preparó y salió disparado cuando los soldados aun se encontraban a una decena de metros de él. En ellos, esta acción causó una gran confusión y no reaccionaron a tiempo: ellos creían que lo que se agazapaba allí era un conejo. Esos instantes de duda fueron los que, al final, salvaron la vida de Isas, de momento.

Los soldados salieron a la carrera tras la estela del esclavo pero, estando recién levantados y con los atavíos militares, apenas pudieron seguirle el ritmo. Al cabo de unos pocos minutos, el esclavo había desaparecido entre la arena del desierto.

            - Se ha metido en la boca de la muerte – Comentó uno de los soldados al otro.

            - Yo espero que no vuelva, porque será peor que la muerte lo que le ocurrirá si depende de mí. Ha cometido el sacrilegio de escapar de la construcción de la ciudad sagrada de Atón, que la furia del Dios Sol caiga sobre él. – replicó el otro.

            - Veo que has aprendido bien las nuevas doctrinas del faraón – comentó el primero de ellos, olvidándose por completo del esclavo que acababa de escapar.

            - Algunos miembros de mi familia pertenecen al sacerdocio del dios Atón y ahora que los sacerdotes de Amón han sido rebajados en poder, ellos pueden pisotearles todo lo que quieran. El verdadero culto se impondrá sobre todos aquellos que intenten adorar a los dioses antiguos, sean quienes sean. – El otro soldado asintió, sin ninguna gana de escuchar la tensión existente entre los sacerdotes de los diferentes cultos.

            Isas vagó durante las dos últimas horas de la noche, intentando guiarse por las estrellas que iban desapareciendo en el firmamento. Al fin, logró ubicarse y se detuvo a pensar la dirección que debía coger.” El desierto es la muerte, a menos que lo conozcas. Y nunca he pisado el desierto yo solo. El otro camino que puedo elegir es ir hacia el  Iteru (Gran Río). Quizás allí tenga alguna oportunidad de sobrevivir.” Así que, una vez decidido, se orientó en dirección al Gran Río.

            El cielo comenzaba a clarear y nuestro protagonista no dejaba de pensar en la noche que acababa de dejar atrás. Había sido la mejor noche de su vida, sin duda alguna. Arinna era una muchacha extraordinaria...y había compartido su corazón con él. Se le partió el alma al pensar que jamás volvería a verla, casi preferiría morir a soportar esa carga. ¿Estaría bien? Seguro que sí. Quizás los dioses le darían una segunda oportunidad, alguna vez, él lucharía por volver a tenerla y no volvería a separarse de la chica de la que se había enamorado perdidamente a lo largo de los meses de esclavitud.

            También recordó a Khemen y le quemó el corazón al imaginarse el despertar de su amigo, perplejo por no tener a Isas acostado el jergón colindante, desecho por el sentimiento de culpa de haber enviado a su amigo, con sus palabras, a la muerte. Recordó, con cariño,  las quejas de Amuras y el recital nocturno de ronquidos de sus compañeros. Las lágrimas empañaron sus ojos y le recorrieron las mejillas, humedeciéndolas. Pero era libre, al fin volvía a ser libre, y sólo por ello ya merecía la pena.

            Tras caminar hasta que el sol se elevaba ya sobre lo alto del cielo, con una sed terrible y alimentándose con algunos tallos de plantas que encontró en pequeños vergeles, llegó hasta orillas del Gran Río. Una vez allí, cayó en la cuenta de que no había pensado en como alejarse del lugar. Antes ya había desestimado internarse en el desierto por razones obvias y ahora se encontraba delante de otro dilema: cruzar el Iteru y dirigirse a la gran ciudad de Hermópolis o intentar navegar a lo largo de él. Ambas cosas eran difíciles sin una embarcación puesto que, aparte de la gran fuerza del río en época de crecida, ya que estaban inmersos en la estación Akhet, estaba el peligro de los cocodrilos. Tras pensarlo largo rato, desistió de cruzarlo a nado y, sin ninguna esperanza, se dirigió al muelle donde los barcos llevaban las piedras. Esto era arriesgado, ya que le podían ver y aun llevaba las ropas de esclavo, pero era la única salida que tenía.

Se acercó lentamente al muelle y se agazapó tras unos matorrales a una distancia providencial. Había varios montones de piedra de la que ellos trasladaban desde la ciudad y un barco acababa de descargar un par de bloques ya terminados. Sin embargo, no había ningún soldado a la vista y supuso que sus compañeros estarían trasladando uno de los bloques terminados para la construcción de la capilla real o mansión de Atón, orden expresa del faraón. Por lo demás, exceptuando a un par de mercaderes que descansaban a la sombra de los sicómoros, no halló a nadie. Examinó entonces todo lo que allí se encontraba, intentando hallar algo que le pudiera ayudar. Sabía que lo tenía casi imposible…pero aun tenía una mínima esperanza. ¿Quién le habría dicho la noche anterior que por la mañana estaría en libertad? Libertad paupérrima, pero libertad al fin y al cabo.

Tras un rato de observación, fijó su atención en un montón de objetos que había en una especie de caja en el muelle, pero no muy lejos de donde Isas se encontraba. En él vio diversos utensilios: desde antorchas a material de escriba, pasando por un juego de senet. Sin embargo, lo que más le llamó la atención, y acrecentó su esperanza, fueron unos ricos ropajes. Dudaba que fuera de alguno de los que dormitaban, ya que aquella caja estaba lejos de donde descansaban. Isas se decidió a cogerlo.

Lentamente y agazapado entre los matorrales que recorrían las orillas del Gran Río, se acercó hasta el muelle y, cuando fue el momento oportuno, se hizo con ellos. El vestido era elegante, aunque de menor porte que los que su tío usaba en las grandes celebraciones. Pensó que era ideal para hacerse pasar como comerciante.

Cuando se lo puso, Isas entró en el muelle y se sentó junto a los otros comerciantes, sabedor de que no tardaría mucho en pasar alguna embarcación para transportar la mercancía y pasajeros del muelle. Éstos ni se enteraron de la llegada del joven.

Al cabo de una hora, una pequeña embarcación arribó al muelle. Esta era

Del barco bajaron una docena de tripulantes que se dispusieron a subir a bordo la mercancía que había en el muelle. Un pescador bajó con su caña y su cesto y se dirigió a los cañaverales. Entonces, los dos mercaderes que estaban dormitando se despertaron y se encaminaron en dirección al barco. Isas les siguió. Subieron la pasarela y el capitán les saludó.

            - Buenos días, señores mercaderes, ¿Hacia dónde se dirigen?

            - Hasta Karnak. Estos días es el mejor sitio para hacer negocio – contestó uno de ellos y el otro asintió

            - Ciertamente que lo es, el festival Sed del faraón siempre es propenso a los beneficios. El viaje durará una semana, ya que a contracorriente es más lento, y el coste es de 3 hedys. – Dijo el capitán, extendiendo la mano.

            Los comerciantes pagaron y se dirigieron hacia un extremo del barco. Isas se maldijo: no había pensado en el coste del viaje. Desesperado, buscó entre sus ropajes con el corazón en un puño. Los bolsillos estaban vacíos pero, notó un bulto entre los ropajes, a la altura de la cadera. Metió la mano y sacó una pequeña bolsa. Al abrirla, los ojos se le humedecieron de la emoción: estaba repleta de pequeños hedys.

            - Buenos días, señor mercader. ¿Hacia dónde se dirige? – preguntó el capitán.

            - A Karnak también. – Le contestó el joven, extendiendo la mano abierta con el coste del viaje.

            - Qué disfrute del viaje. – Terminó satisfecho el capitán y, dándose la vuelta, se dirigió hacia la quilla.

            El Nilo, a pesar de la fuerza de la crecida, corría mansamente hacia el mar. La barcaza discurría plácidamente y sin sobresaltos, parándose en las distintos muelles de las principales ciudades: Cusae, Akhmim, Abydos, Denderah, Copto… El trajín de viajeros y mercancías era continuo en cada puerto y varias veces se cruzaron con otros barcos a lo largo del trayecto. Las noches eran más agradables que los días, pero el calor diurno se podía mitigar refrescándose con el agua del Gran Río.

            La noche anterior a llegar a Karnak, la cena fue más animada que de costumbre. El alimento consistía en pescado condimentado, pan de cebada, cebolla y una refrescante heneket que el capitán había enfriado en un ánfora atada al barco y hundida en el río. Isas, los dos comerciantes, el capitán y un sacerdote que había subido en Denderah conversaron durante toda la cena y, al terminar, se pusieron a contemplar las estrellas. Era una noche despejada y los luceros del cielo brillaban con fuerza. Uno de los dos comerciantes le había cogido cierto cariño al joven mercader que les acompañaba y cada noche le contaba algo sobre las constelaciones del cielo

            - Isas, ¿Ves aquella constelación, la de la estrella brillante? – Comenzó una vez que se había acomodado tras la cena - Es Sothis. Esa constelación está dedicada a Isis y Osiris y se cree que es el alma de ambos. La importancia que tiene es que ésta constelación nos sirve para saber cuando ocurrirá la Crecida del Gran Río, que da la vida a Egipto. Esta estrella deja de verse en el cielo nocturno 70 días antes de que comience el Aketh, regresando justo cuando empieza la crecida. Por eso se celebra el Upet Runpet justo ese día. La otra que vez un poco más a la derecha es…

            Isas escuchaba atento al viejo comerciante, empapándose del saber que él tenía sobre las estrellas. Sin embargo, el sacerdote no veía con buenos ojos todo aquello, puesto que pertenecía al culto de Atón y, por ello, no aceptaba la presencia de ninguna otra deidad, ni siquiera en la soledad eterna de la noche.

            Esa noche nadie pudo dormir de la excitación de la llegada a Karnak. Todos sabían que era algo histórico la ceremonia que se celebraba días después. Cuando el alba despuntaba, el sacerdote se inclinó y comenzó, como cada día, a cantar el himno a Atón:

 

¡Apareces resplandeciente en el horizonte del cielo,
Oh Atón vivo, creador de la vida!
Cuando amaneces en el horizonte oriental,
Llenas toda las regiones con tu perfección.
Eres hermoso, grande y brillante.
Te elevas por encima de todas las tierras.
Tus rayos abarcan las regiones
Hasta el límite de cuanto has creado.

 

            El sacerdote siguió cantando las alabanzas a Atón, pero el pensamiento de Isas le transportaba muy lejos, a los tiempos en los que su tío cantaba a Amón por las mañanas. Isas no compartía la creencia de un solo dios que el faraón quería implantar, al igual que la mayoría de los egipcios, pero siempre tenía curiosidad por el culto a este dios proveniente de la corte. Los cánticos se parecían a otros que él ya había escuchado sobre otros dioses: Ra, Osiris, Amón…

 

Creaste a Hapy en la Duat
Y lo traes según tu deseo,
Para alimentar a las gentes,
Porque las creaste para ti mismo.
Señor de todo, que se esfuerza por ellos,

 

Señor de todas las tierras que brilla por ellas,
Atón del día, grande en Majestad.
Haces vivir a todas las tierras lejanas,

 

            “Cada culto se atribuye la creación de Egipto y del Gran Río” pensó Isas al volver a escuchar al sacerdote.

Akhenatón, duradera sea su vida,
Y la Gran Reina a quien él ama, la Señora de las Dos Tierras,
Nefer-neferu-Atón Nefertiti; que viva por siempre jamás.

 

            El sacerdote terminó el himno de la alabanza y volvió a su sitio. Los que le habían estado observando, se comenzaron a preparar para la llegada, puesto que la esbelta Karnak se podía vislumbrar entre la bruma matutina del río.

            Karnak era una pequeña población cercana a Tebas. Su importancia radicaba en el conjunto religioso que poseía, centro del culto a Amón y de tal importancia que el templo principal fue ampliado gradualmente por treinta faraones. Y era el lugar escogido por Akhenatón para celebrar su festival Heb Sed.

            Tras desembarcar en el muelle, repleto de gente, del pequeño pueblo, Isas se despidió de los dos mercaderes y del sacerdote, que se dirigió directo al templo.

            Isas comenzó a andar, sin rumbo, pensando qué es lo que haría allí. No se había parado a pensar en lo que haría, solo se había ido dejando llevar por las situaciones que se le presentaban. “Del camino que escojas nunca sabes donde te llevará” pensó recordando, de nuevo, las palabras de su amigo Khemen. ¿Cómo estaría?

            El bullicio de la ciudad no podía envidiar en nada a la de las grandes ciudades como la cercana Tebas o como Menfis. Las carretas de los vendedores errantes, con las diferentes mercancías, corrían de un lado para otro, con el dueño gritando qué era lo que vendía: huevos, pan, verduras, frutas, ropas, juegos para entretenimiento, parasoles, carne, pescado y un sin fin de objetos y alimentos exóticos. Las mujeres corrían de un lado para otros comprando todo lo necesario para su hogar y los chiquillos jugaban entre el gentío. Se oyó un grito y alguien salió corriendo con algo entre las manos mientras un mercader vociferaba “Ladrón, ladrón”. En una esquina, un lisiado pedía limosna y, a su lado, un viejo ciego contaba historia a unos jóvenes que le escuchaban con atención. Un escriba, con los papiros en la mano, entró en una de las casas.

Isas cogió una calle perpendicular a la que se encontraba, deseando poder respirar un poco de aire fresco, y cayó de bruces con el mercado, tan lleno como la calle anterior. En él se encontraban los puestos fijos de los vendedores locales, donde el alimento solía ser más fresco y de mejor calidad. Un vendedor se le acercó ofreciéndoles una cerveza de cebada y el joven aceptó, pagando un cuarto de Hedy por ella. Se la bebió poco a poco, saboreándola y mitigando la sed que le agarrotaba la garganta. Pocos metros más adelante, compró un poco de pan y cebolla por un quinto de Hedy. Mordisqueando lo comprado, siguió paseando por el mercado.

            Cuando el sol comenzaba a enfilar el descenso hacia el mundo subterráneo, Isas convino en que sería necesario encontrar alojamiento. Había oído durante el día que el festival Sed comenzaría al día siguiente y había decidido quedarse en el pueblo durante los 30 días que duraba. Nunca había estado en un festival de tal calibre, un festival único.

            El origen del festival Sed se remontaba hacia el comienzo de Egipto. Esta ceremonia, exclusiva del faraón, solía hacerse a los treinta años de reinado. Consistía en una serie de actos rituales de que duraban varios días, en los que el faraón renovaba sus fuerzas físicas y mágicas con el fin de perpetuar su tiempo de reinado. De hecho, la celebración de estas fiestas se extendía también al más allá, lo que significaba que se fijaba el reinado del faraón para toda la eternidad. Lo extraño de este festival Sed, era que se hacía tan solo en el 4º año de reinado del faraón Amenofis IV, y en la calle comenzaba a correr todo tipo de rumores sobre los deseos del monarca: unos hablaban de que se había vuelto loco, otros comentaban que quería preparar una guerra contra los enemigos de Egipto y necesitaba de este festival para regenerar sus fuerzas y llevar a Egipto a la victoria; también había quienes comentaban el afán de poder del faraón, el cual quería extender más allá de la política elevando el culto de Atón sobre el resto y erigiéndose él como máximo responsable.

            Tras varios intentos fallidos, Isas encontró un albergue con habitación libre y bastante asequible: los treinta días solo le costarían 5 hedys. Entró en su habitación y se tumbó en el jergón, extasiado tras mucho tiempo sin poder descansar bien. Se quitó los ropajes y vació el contenido de la pequeña bolsa y comenzó a contar las monedas. Aun le quedaban 32 hedys. “Quien haya perdido lo que he robado deberá estar lamentándose” pensó sonrojado Isas. Volvió a guardar el dinero en la bolsa de cuero y, dejándose llevar por el cansancio acumulado, cerró los ojos y se durmió. Esa noche soñó con Arinna. Ella huía de los soldados y lograba esconderse, pero un gran nubio como Khemen la raptaba y la llevaba a Nubia. Isas corría detrás, intentando salvarla, pero cayó en el Gran Río y un cocodrilo intentó comerlo. Logró subirse a una barca en la que estaba un hombre semi desnudo. “Tú me robaste lo que tenía” le gritaba con un puñal en lo alto y, tras abalanzarse contra Isas, se lo clavó en una pierna. El dolor inundó su cuerpo y todo se volvió oscuro. Cuando volvió la luz se vio tumbado en una cama, con Arinna acariciándole con amor y ternura. “Al fin en libertad” le decía ella recitando como aquella noche…

            Los cuernos de la Guardia del Faraón despertaron a Isas. El sol estaba ya en lo alto del cielo y el joven esclavo corrió a vestirse. Llevaba mucho tiempo sin dormir hasta que le apeteciera, demasiados meses viendo amanecer…

            Al salir en la calle, una sonrisa iluminó el rostro del “mercader”. La alegría del bullicio era contagiosa y, dejándose llevar, se unió a la gente para celebrar el festival Hebsed del faraón Amenofis IV…

            Tal y como los rumores decían, no fue un festival corriente. En él, Amenofis IV emprendió una serie de cambios que no todo el mundo aceptó. Lo primero fue el elevar el culto a Atón a nivel nacional, prohibiendo el culto de los demás dioses. Después, y en honor al dios que encumbraba, hizo cambiar su nombre por el de Akhenatón que significa “El que agrada a Atón” lo que confirmaba el cambio de rumbo religioso que quería imponer.

            Isas, tras 30 días de fiesta continua, no había decidido que haría. El dinero se le empezaba a agotar y comenzó a preocuparse por ello. Debía de encontrar algún trabajo. Pensó en entrar en una escuela de escribas a terminar su aprendizaje, pero lo rechazó al instante: no tenía dinero para pagarlo ni para asentarse durante un tiempo largo en una gran ciudad. Pensó entonces en presentarse a algún mercader, pero sabía que si se presentaba solo con esas vestiduras, sin nada más, pensaría que era un ladrón. Abrumado por tan negativos pensamientos, decidió marchar a Tebas, a buscar su oportunidad mientras le durase el dinero.

            Esa misma noche, Isas ya descansaba en una habitación de una hospedería de la gran Tebas. En su camino desde el muelle hasta encontrar la estancia, había comprado una vestimenta más sencilla: un simple traje de lino blanco que le cubría hasta media pierna. En el poco tiempo que llevaba en Tebas había visto multitud de personajes, a cual más curioso: altos grados del ejército, con su porte regio y fiero; mercaderes nubios, con sus extravagantes trajes hechos con pieles moteadas; embajadores hititas y babilonios, cada uno con sus vestimentas típicas y sus barbas trenzadas, caminaban en dirección a palacio; los mercaderes de maderas de Byblos ostentaban trajes despampanantes, los habitantes de Arabia paseaban con sus turbantes…

            Desde la ventana de su habitación podía ver el bullicio que llenaba las calles al caer la noche. Carretas con mercancías se recogían hacia sus casas para volver a salir al día siguiente, policías con garrotes paseaban por las calles, algún que otro hombre ebrio daba tumbos buscando su casa, mujeres del oficio más antiguo del mundo piropeaban a los jóvenes que pasaban…Esta era la libertad que Isas llevaba buscando, la libertad de poder elegir que quería hacer y a donde ir. La libertad de vivir la vida que él quisiera.

            A la mañana siguiente, Isas salió en búsqueda de algún comprador de tejidos. Se había decidido a vender los ropajes que robó, ya que con el que había comprado tenía de sobra. Fue buscando por las calles de los mercados hasta que se topó con un puesto en el que se vendían telas de todo tipo, desde lino hasta la seda traída del lejano oriente.

            - Buenos días. Vengo a preguntar si le interesaría comprar estos ropajes. Son de muy buena calidad, pero yo no los necesito. – Dijo Isas al tendero, un señor mayor, encorvado por los años de trabajo. Éste cogió los ropajes y comenzó a palparlos para ver la calidad.

            - Los acabados son muy buenos y este lino es de buena calidad. A ver los cosidos…son fuertes, aguantarán tirones y movimientos bruscos. El tinte que lleva tiene muy buena pinta y los dibujos son hermosos. La verdad es que es un vestido de bastante calidad. Te daré 30 hedys por él.

            - ¿Solo? – dijo, simulando un tono de enfado Isas. De pequeño su madre solía regatear cuando iba Isas con él a comprar y su hijo menor había aprendido.- En un puesto en el que he estado antes me han ofrecido 50 por él.

            - Estoy dispuesto en llegar a los 35 – replicó el tendero, que había entendido que se trataba del cotidiano juego del regateo.

            - No bajo de 46, lo siento.

            - 43 y no se hable más – Dijo el anciano mercader, seguro de que el joven aceptaría

            - Hecho. – dijo triunfante Isas. Había logrado más de lo que podía esperar.

            - Que tengas un buen día, joven señor – le dijo el tendero dándole el dinero.

            - Gracias sabio vendedor. Que tenga un día fructífero. – dijo el antiguo esclavo y, guardándose el dinero, se perdió entre la muchedumbre.

            Una semana después, Isas observó un gran revuelo cerca del muelle y decidió ir hacia allí. En el tiempo que llevaba en Tebas no había encontrado aun una ocupación y comenzaba a impacientarse. A pesar de que tenía dinero de sobra para permanecer un par de meses sin necesidad de trabajar, él lo necesitaba. No quería sentirse un despojo inservible y tampoco quería que llegase el momento de agotarse sus monedas sin tener la certeza de que se podría rellenar. Al acercarse a la gente que se arremolinaba, preguntó al que tenía al lado:

            - ¿Qué ocurre?

            - El faraón necesita soldados. Rib-Adda, el rey de nuestra aliada Byblos, está en apuros. En pocos días, el ejército de Egipto irá a socorrerlo.

            Isas entendió que estaba ante la oportunidad que necesitaba. En Tebas era complicado encontrar algo para él que no fuera demasiado denigrante (matón a sueldo no era algo de su gusto) y, a pesar de que era muy arriesgado, sabía que la carrera militar podía elevarle hasta el grado de vida que tenía antes de ser esclavizado.

            De nuevo, Isas tenía bajo sus pies un camino en el que tenía que decidir: o quedarse en Tebas y seguir buscando fortuna, es decir, contentarse con lo que tenía, o marchar a Siria. Estaba arriesgando la vida, pero la recompensa era mucho mayor. Decidió ir a la guerra.

            Abriéndose paso entre la multitud, llegó hasta el soldado que apuntaba los voluntarios.

            - ¿Tu nombre? – preguntó el soldado

            - Isas, hijo de Eskisas – respondió el joven

            - Pareces fuerte y vigoroso. Podrás aguantar lo que te espera. Aceptado, ¡siguiente!

El soldado de mayor rango que vigilaba la mesa se le quedó mirando fijamente. Él había combatido bajo las órdenes del padre de Isas y sabía que había caído en desgracia. No podía ser que aquel fuera su hijo. Meneó la cabeza apartando la mirada.

            Al amanecer siguiente, Isas, vestido con el traje de soldado egipcio, navegaba Nilo abajo en una poderosa flota destinada a salvar los intereses de Egipto en Siria. El joven militar, de pie en la proa, miraba fijamente a un horizonte donde se dictaría su destino: morir o vivir libre para siempre.

            Tres años más tarde, un general egipcio recorría las calles de Tebas con porte señorial, llegando a la plaza principal. En ella había todo tipo de mercancías: desde frutas y verduras a animales traídos del sur, marfiles y sedas. Pero lo que llamó la atención del militar era una venta de esclavas que ocupaba la mayor parte de la plaza. Se acercó y observó a las jóvenes que llevaban un cartel al cuello y se fijó en una en concreto.

            - 100 hedys por la esclava número 4 – dijo con voz potente. La gente que le rodeaba, al verle hablar, se apartaron de él.

            - ¡Vendida al valiente General! -  dijo al instante el tratante. Era todo un negocio que no podía dejar escapar.

            El general se acercó con las monedas y pagó por la muchacha. Dándose la vuelta, se marchó. La joven, tras quitarse el letrero, le siguió sin mediar palabra. La subasta siguió. Cuando hubieron andado lo suficiente para no estar apretados entre el gentío, el general se paró y abriendo los labios dijo.

            - Hace mucho tiempo, una joven a la que amaba no me pudo cantar porque podíamos ser descubiertos. ¿Me cantarás ahora, Arinna?

            Y los ojos de Arinna se nublaron de lágrimas al ver la sonrisa de Isas, que la miraba con ternura.

 

Autor: José Carlos María Bustos